Educadores sociales II (en el Museo del Prado)


Así es: la entrada del Museo del Prado. Sólo para certificar que he estado allí. 


(Claro, claro: podría haberme quedado en la puerta. O ni eso: tomar una foto prestada basta. Pero no. Palabra.)

Aquí, Van der Weyden.
Un detalle espectacular de "El descendimiento".
Se trata de la mujer llorosa de la izquierda
Pues bien. El caso es que estuve de 18:00 a 20:00, horario de entrada gratuita. Y fuimos, como se suele decir, a tiro hecho: con objetivos muy concretos, que cumplimos, claro está. La cosa era huir (con todos los respetos lo digo: somos diferentes) de la actitud nipona: pasar por delante de obras y más obras haciendo fotos. El programa establecido por Rubén, un amigo historiador del arte que nos hacía de guía, era sencillo: "El descendimiento", de Van der Weyden y "El jardín de las delicias", del Bosco.

"El jardín de las delicias", del Bosco. Ése es uno de los títulos que ha tenido el tríptico. 
El trípico, cerrado, contiene un cosmos: orden, en griego.
Dios da ese orden primigenio.
Al abrirse, empieza la creación y su historia. 

Lo lamento, pero no voy a hablar de arte: podría repetir cosas interesantes de lo que oí contar. Pero no es el objetivo. Cada cual busque. Ahora bien, como estar delante de ellos, nada.

Lo que sí quiero contar es un sucedido del que se pueden sacar varias consecuencias.

Vamos allá. Nos encontrábamos delante del segundo cuadro, el del Bosco. Tiene un tamaño considerable, pero mucha gente quiere verlo, así que cuando llegamos, nos colocamos a la izquierda. Poco a poco, a medida que la gente se iba a contemplar otras obras de arte, nos desplazábamos hacia el centro. Nuestro grupo, dato interesante, era de seis personas no especialmente gordas. 
Rubén empezó con su explicación a los cinco restantes del grupo. 

(Es un tríptico que pinta, si no entendí mal, la historia del hombre sobre la faz de la tierra: desde el momento en que Dios crea a Adán y Eva, hasta el final de la historia con las consecuencias (sólo las negativas) de los actos humanos, en la parte derecha. En la del medio, todos los desvaríos y pecados que estaban de moda en su siglo: lujuria, juego y murmuración. La intención es moralizante, lógicamente. "Portaos bien, que acabaréis mal".)

A todas estas, Rubén, que está hecho un Cicerone, veía cómo poco a poco se iba añadiendo gente al grupo: quienes entendían el castellano, claro. Lo cierto es que la explicación no es sencilla: se trata de una crítica a comportamientos morales que están de moda también en la actualidad. Lo explica con claridad, pero con mucho don de lenguas: catequesis pura y dura, vamos. 
En un momento dado, un señor de cierta edad que llevaba un rato delante del cuadro con su mujer, se acerca a Rubén y le dice algo en inglés. Rubén deja su explicación y, amablemente, le pide que repita, porque no le ha entendido. El tipo repite, pero a velocidad notable. Nada. Luego hace lo propio en francés. Nada. Ya nos acercamos más y le oímos (hay bastante gente escuchando).  Por fin chapurrea algo en castellano. Resumiendo: "que hay mucha gente, que a ver si se va ya". Rubén se a un grupo de gente que está a la izquierda del grupo primero (nosotros cinco): "Perdonen, ¿molesto? Si eso, me voy ya, que llevo un rato". Una señora, embelesada por la explicación de quien sabe y sabe explicar, responde claramente: "Qué va. Por mí, siga".  Lo mismo ocurre con nosotros, lógicamente, y con el grupito que escucha más a la derecha: "Nada, siga". Total, que el buen anciano se va, mascullando algo en inglés, que ahora sí entiendo (porque oigo): "This guy thinks he is the only intellectual person here...". O sea: "ese tipo cree que es el único intelectual aquí". Se ha picado, vamos. 

Dos cosas se me ocurren:

a. El educador social (sobre el que ya escribí aquí: un tipo desagradable que corrige a veces sin razón y siempre sin tacto alguno) ha sido desenmascarado por esta vez. No le importaba un pimiento si llevábamos mucho tiempo (era un momento en que el museo era gratis) o si había mucha gente esperando: no era verdad. Su careta cayó al irse.

b. Los cuadros son como son y, a veces, difíciles de interpretar. Otras veces, quiere forzarse su interpretación para librarse del un yugo que nos viene grande. Ese era el caso. El pobre hombre parecía molesto por cierta interpretación. Mala suerte, amigo: la cosa está clara. La visión cristiana del mundo forjó Europa. No siempre hemos estado tan perdidos como ahora (ni ahora estamos tan perdidos, así, en general): hubo intelectuales y artistas que usaron sus dones (cabeza y arte) para servir a los demás. A pesar de los pesares. Mucho lo he pensado estos días: ¡cuánto se pierde del arte al no entender el universo como el artista! ¿Qué es el Descendimiento de Van der Weyden sin fe? Un cuadro bonito. ¿Qué, el jardín de las delicias? Una suma de "colores muy logrados para la época", como decía una señora...

Hala, pues.

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