Constancia y virtudes... ¡para todo!

Ya ha pasado un tiempo desde que tomé esta fotografía. No es demasiado buena. Pero sirve a la perfección para lo que la hice: darle al cocotero.
Era un día de excursión. En julio. Iban en bici la mayoría, y un reducto escogido les llevó la merienda a un punto medio. Ahí estaba un servidor.

Y resulta que -como a duras penas se observa- había en aquel edificio tres jovenzuelos practicando su futuro oficio de saltimbanquis: dándole a las aceras y a los bordes de un mamotreto de cemento que habían construido ahí. Dos de ellos usaban bicis bmx y el otro, un skate. En la foto, el del skate.

El ya citado destacamento especial llevaba esperando ya más de media hora. Y era como para sorprenderse: los chicos de las bmx iban y volvían a ir sobre el cemento. Y se daban buenos tortazos. Uno primero. Luego el otro. Y, muy de vez en cuando, les salía bien. Lo cierto es que hacían cosas con la bici que el común de los mortales solo hemos visto en los vídeos que graban: ir a una rueda, saltar y dar una vuelta entera en el aire, etc. Y le hice una foto, para explicar lo que ahora sigue.

Porque lo más notable fue que parecían no cansarse, aun estar sudando como campeones. Parecían no notar los fracasos, visibles para todo el mundo allí presente. Como si no los consideraban así. Eran, para ellos, un "todavía no, pero ya verás". La esperanza en su definición clásica, vamos.

La constancia. El clásico -ya Aristóteles lo decía así- arremeter contra los obstáculos para llegar a un fin. Quiero dar la maldita vuelta a una rueda, y lo voy a hacer. Por mis co... nocimientos de bici.

A eso se le llama fortaleza. Porque la constancia es una parte de la misma.

Y aún hay más, claro.
No sé a santo de qué, pero acabamos comentando que con el tiempo que llevaban allí, ya podían. Y que nos gustaría saber qué tal iban de notas, los buenos jovenzuelos aquellos. 
Luego llegaron los chicos a los que esperábamos.

Pues mira, aquí la mejor de las conclusiones. Sorprendente para muchos educadores: padres incluidos en primer lugar. Resulta que las virtudes no son como las pegatinas. No son de quita y pon. Se pueden perder, claro está. Pero se ganan y se incorporan a nuestro ser. Es decir, que no tengo la virtud de la fortaleza con la constancia, sino que SOY constante y fuerte. Todo yo. Siempre. En toda ocasión. Es decir, que lo que gano en una acción repetida muchas veces lo gano yo. Y de ello me aprovecharé yo cuando quiera. Eso es, por cierto, un hábito. 
Pondré dos ejemplos.
Primero: los idiomas. Son hábitos intelectuales. Los tengo y los uso cuando quiero. Eso es un hábito. Lo mismo las virtudes.
Segundo: los músculos, que son hábitos de carne muscular. A base de levantar paquetes y más paquetes de cemento de 50 kilos, el obrero obtiene unos brazos de oso. Y con ellos levanta también fácilmente a su hija de 50 años. Porque es una soberana tontería pensar que ese operario solo puede usar su fuerza donde la ha conseguido. 

Pues eso: que el tipo que es capaz de esforzarse en un ámbito, lo es, en general. Es capaz de esforzarse. Si no lo hace en otros momentos será porque no quiere. 
Y eso son peras de otro peral. O como se diga. Descubrir de qué peral es labor de los padres o demás educadores.

Hala. A darle al cocotero, que esta se las trae.

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