Maniquíes desnudos encorbatados y postureo (intelectual, ético o del que sea...)

El caso es que el otro día volvía a casa a pie y vi esta preciosa alegoría en una tienda de muebles o decoración interiorista. Una lámpara humana. O algo por el estilo. Me paré y saqué una foto, porque la ocasión lo merecía. Resulta que, aunque no recuerdo ni desde cuándo la uso ni de dónde la he sacado, suelo usar esa metáfora, u otra muy similar, para explicar algo que ahora podremos dejar escrito por fin.

Imagine el lector que uno entra en una fiesta vestido exactamente así -obviemos para el caso la lámpara en sí no está-, y, ufano como nadie, le pregunta al anfitrión, que por no saber, no sabe ni dónde mirar: 
-¿Qué te parece? Bonita corbata, ¿verdad?

Claro: la respuesta es bastante obvia: "Bien, bien. Ahora vístete algo más, corre. Antes de que te vean". 

La corbata es un complemento, odiado por muchos y amada por otros. Y, por el simple hecho de ser un complemento, necesita otras cosas. No se puede complementar al vacío. 

Pues bien, resulta que gran parte del postureo -esta horrible pero resultona palabra- consiste ni más ni menos que en eso: ir en pelota con corbata. O con un precioso anillo, que esa es la otra versión. (Voy a olvidarme de todas esas fotos más falsas que un Judas de plástico para dejar paso a temas más serios todavía).

Intelectualmente, por ejemplo, uno puede hablar siete idiomas (incluso bien) y ser un perfecto ignorante. Lo mismo ocurre con un solo idioma, por supuesto. Pero eso sería ya otro post. Me refiero aquí al hecho de querer adornarse con el simple hecho de saber idiomas. Y quedarse, como decía aquel, en saber decir tonterías en siete lenguas.

O, también, darse humos por haber leído a no sé qué autor actual importantísimo -sin apenas haber entendido una sola letra, y sin jamás reconocerlo- y, sin embargo, no tener ni idea de muchos de los grandes autores de peso en nuestra cultura.

En lo que se refiere a otros campos, el ético, por ejemplo, la cosa se pone un tanto más peliaguda, porque ya se sabe que no hay que juzgar. Pero digámoslo: lo que no conviene juzgar son las intenciones de los sujetos concretos. Uno puede, sin embargo, hablar en general y en condicional: "Si alguien tiene esta intención...". 
Pues bien, hay que posee una dentadura brillante y una magnífica y luminosa sonrisa... y una vida personal lamentable. Un hipócrita, se le llama. 

Y, para acabar, una de las grandes cosas de las cuales se acusa, entre otros, a los católicos. Con razón, en parte. Algunos (y a cualquiera nos puede suceder, ya digo) van por ahí con la preciosa corbata de sus palabras y su asistencia a ¡semanales! reuniones de formación... y pasean sin saberlo la desnudez de su vida vacía de acciones genuina y típicamente cristianas, que todo el mundo conoce, y cuya ausencia se nos critica tan a menudo. Y quizás tan injustamente a veces: en ningún lado dice Jesucristo que haya que hacerlo todo bien. Yo siempre he leído, por suerte, aquel "no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores", o "he venido a llamar a los que estaban perdidos", y algunas más.

Dicen que la educación consiste en eso, precisamente: conseguir que la gente se vista.
Lo dicho: a ponerse ropa, que llega el frío y la corbata no abriga.


(-Pues tú más.
-Bien. Puede ser.
Así zanjaríamos algunos (posibles) comentarios a esta entrada. 
Yo hago lo que puedo.)



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