Thor y los problemas

Yo también he visto películas mejores, sí. Pero no siempre come uno en el Ritz. A veces va al Burger, o se hace un bocadillo fácil. 
Esta vez necesitábamos relajar la mente y observar cómo la imaginación da forma a los personajes, a sus vestidos y naves, y a las muertes de todos ellos. Mucho colorido, eso sí. 

En pleno 2018, a nadie se le ocurre hacer una película que no tenga, ni que sea sin querer, un minúsuculo barniz formativo. Diría que los que hicieron esta estuvieron en un tris de olvidarse. Pero existe el tal barniz, sin duda. Siempre que haya una persona en pantalla, puede sacarse de él algo positivo: el malo absoluto no existe. 

Thor, hijo de Odín, tiene que salvar a su pueblo. Y resulta que, en el camino, aprende una gran lección: mi pueblo no es el lugar que ocupa, sino la gente. Ni en eso estoy del todo de acuerdo: los lugares hacen pueblo, sin duda. Pero bien, dentro de lo que cabe, es una lección: primero, la gente; luego, las cosas. 

No es a esta lección, sin embargo, a la que me quería referir. 
El musculoso Thor, dios del rayo, tiene bastantes problemas: en concreto, necesita acabar con un monstruo descomunal que, según una profecía, ha de destuir su pueblo. Odín su anciano padre, que era el encargado de hacerlo, está a por otras cosas. Hay dificultades, vamos. Y Thor, en una frase más grandilocuente que cierta, dice: "Eso es lo que se supone que hacen los héroes: afrontar los problemas". De hecho, me temo que repite la misma idea, si no la frase, varias veces. 

Esa sería la "gran lección": no huir de los problemas, sino afrontarlos. 
Solo que eso lo hacen las personas normales. No hace falta ser un héroe para hacer eso. Bien, ahí está la épica de la película. 

Por supuesto, tiene su gracia. Porque se mezcla pasado (negativo, en este caso) con problema. 
Lo cierto es que Odín, que, con la ayuda de su hija primogénita, Hela, diosa de la muerte, había conquistado media galaxia a base de matar indiscriminadamente a quien se le pusiera por delante era ya otro hacía tiempo: había cambiado. Era ya un dios bueno y así quería gobernar. Los techos pintados de su palacio, que antes habían narrado sus conquistas sanguinarias, estaban tapados con el nuevo Odín, siempre sereno y bondadoso. 
Hela se lo echa en cara. 
Thor, que no parecía saber nada, le perdona. 

Sif, otra personaje, la mujer walkiria, recibe también la lección de parte de Thor: es una borracha que bebe para olvidar su pasado negativo. Luchó y perdió. No quiere afrontarlo más, hasta que Thor la anima: sé quien eres ahora. Y así entierra lo que debiera haber hecho antes, sus miedos al fracaso, y se une al equipo que luchará contra la mala malísima. 

Esas son las dos actitudes: pedir perdón y perdonar en lo malo, y construir lo bueno en adelante; o no rectificar y obstinarse en el mal. Dejarse vencer por el desánimo y edificar una persona que, en el fondo, no somos.

Problema es, etimológicamente, tanto como algo que se lanza delante de uno. Hacerse el ciego no hace que desparezca. Deja de serlo cuando se afronta: entonces es un reto, y el éxito o el fracaso son los resultados. Levantarse si se cae, el método. 

Y no exagerar, la recomendación. No solo los héroes luchan: los hombres y mujeres de carne y hueso, cada día. 

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